En este fragmento de la novela Misericordia, que cuenta la historia de Benina
—una criada compasiva que mendiga para ayudar a la señora a quien sirve—,
el narrador omnisciente nos presenta las andanzas de la buena mujer por las
calles de la ciudad, y deja constancia de su conocimiento absoluto de todo lo
que cuenta.
La señá Benina […] iba por rondas, travesías y calles como una flecha. Con sesenta
años a la espalda, conservaba su agilidad y viveza, unidas a una perseverancia
inagotable. Se había pasado lo mejor de la vida en un ajetreo afanoso, que exigía
tanta actividad como travesura, esfuerzos locos de la mente y de los músculos, y
en tal enseñanza se había fortificado de cuerpo y espíritu, formándose en ella el
temple extraordinario de mujer que irán conociendo los que lean esta puntual historia
de su vida. Con increíble presteza entró en una botica de la calle de Toledo; recogió
medicinas que había encargado muy de mañana; después hizo parada en la carnicería
y en la tienda de ultramarinos […] y, por fin, entró en una casa de la calle Imperial.