En este fragmento de Las inquietudes de Shanti Andía, el protagonista
y narrador cuenta un suceso de sus años de adolescencia.
Pío Baroja intercala magistralmente la descripción del mar embravecido
con el movimiento de los personajes.
Una mañana de otoño, tendría yo entonces catorce o quince años, vino
José Mari Recalde, antes de entrar en clase en la Escuela Náutica, y nos
llamó a Zelayeta y a mí.
Una goleta acababa de encallar detrás del monte Izarra, cerca de las rocas
de Frayburu.
Recalde el Bravo, padre de nuestro camarada Joshe Mari, y otro patrón, llamado
Zurbelcha, habían salido en una trincadura para recoger a los náufragos.
Decidimos Zelayeta, Recalde y yo no entrar en clase y, corriendo, nos dirigimos
por el monte Izarra hasta escalar su cumbre.
Hacía un tiempo oscuro, el cielo estaba plomizo, y una barra amoratada se
destacaba en el horizonte; el viento soplaba con furia, llevando en sus ráfagas gotas
de agua. Las masas densas de bruma volaban rápidamente por el aire. Tomamos
el camino del borde mismo del acantilado; las olas batían allí abajo haciendo
estremecerse el monte. La niebla iba ocultándolo todo, y el mar se divisaba a
ratos
con una pálida claridad que parecía irradiar de las aguas.
Contemplábamos atentos el telón gris de la bruma. De pronto, tras de un golpe
furioso de viento, salió el sol, iluminando con una luz cadavérica el mar lleno de
espuma y de color de barro.
Con aquella claridad de eclipse vimos entre las olas la lancha que intentaba acercarse
a la goleta encallada…
Pío Baroja, Las inquietudes de Shanti Andía, Cátedra.